viernes, 12 de octubre de 2007

De Mi Sien


Tan sereno como hace tiempo no estaba. Tan tranquilo, tan calmado, disfrutando tanto de la lluvia agónica que no moja y no suena en mi espalda. Sólo siento mi cabeza un poco hinchada, quizás un poco adolorida porque me he azotado contra los ladrillos de la pared. No hablo de mi celda, hablo desde mis pétalos mientras cojo otro trozo de mi carne y lo llevo a mi boca.
Esta noche es tan tranquila y mi voz está tan suave que el suicidio se hace tan insípido, que da lo mismo seguir vivo o muerto. Pues, me imaginaba colgando desde la viga con una soga, mi cuello roto y la soga con sangre, y yo mirando siempre hacia lo Alto.
Intento dibujar imágenes, me esfuerzo, escupo escamas y violento con mis dedos lo más profundo de mi garganta, pero no logro alcanzar la belleza más pura. Tal vez, si dejara de devorarme, de mutilarme, de humedecerme los labios continuamente y ceder inconscientemente a acercar mi lengua a un coágulo en la caverna de uno de mis brazos. Vomito sólo demonios y no soy capaz de… ¡Un momento! Si hundo mis dedos en mi pecho y hago de mis uñas de barro lo que hice en tus labios, podría morirme, o podría soltar la angustia, o podría hacer caer mi cabeza sobre la tinta y entregárselo a un ancla. Pero, si no lo reviento, y tan sólo lo tomo, lo saco y lo miro, lo coloco sobre el cenicero y por mi nariz introduzco mis manos y sacudo mi cerebro, le hago heridas y le infiero temores en el suelo que se cae donde ha ido a parar este último deseo que se detiene sobre mi sombra. ¡Cállate! ¡Cállate! ¡No me respires! La tortura, la tortura, me caigo y no reviento en dos, pero así y no me pienses, no como ahora, ni como será Dios mañana sobre mis cenizas cuando el Cielo no canta no maúlla no gime como tú en distante silencio ¡Silencio! Me revientas, me descuelgas, me limitas ¿me callas o me voy? Me apagas con tus dedos hundidos en saliva es demasiado el discurso que coherente tú estoy aquí ante hablando tu boca me desea, me desea, hoy te besé cuando te pregunté quién eras, no me dijiste que sólo eras una concubina y te posaste a mis pies y dijiste: ¡Cállate! Yo te dije que las luciérnagas no existen en mis versos y que las estrellas no son tus ojos, que la luna no refleja tu cara y que nunca sentí más odio antes, que el mar nunca fue tan rojo y la sangre tan exquisita en mi paladar. ¡Arrodíllate y cállate! ¡Llora! ¡Vamos! ¡Llora! ¡Llora y actúa como puta! ¡Llora e intenta follarme! ¡Muérdeme y tócame con tus manos llenas de semen y presiona la carne de mis piernas! ¡Puta e infierno! ¡Infierno y oscuridad! ¡Oscuridad! Oscuridad… oscuridad. ¡Lame mis pies mucosos y dame un beso con mi corazón en tu boca! ¡Calla! ¡Grita! ¡No te exaltes! Que te quiero ver colgando de una viga mientras le enseño los dientes a una uña que he dejado vivir en paz.
Cuelga, mi dulzura, que más allá los cuervos no cantan canciones de cuna, que más allá los silencios no se oyen, que, más allá… ignoro mi saliva en la almohada y me deja dormir con un dedo tuyo en mis labios. ¡Cuelga de mí, dulzura de tus manos! ¡Cuelga!
¡Silencio! Silencio. Silencio… que el Infierno está en mi sien. En mi sien.


'Sacrilegio'