viernes, 31 de agosto de 2007

Perpetuo


Ya no me deshago, mi piel ha dejado de ser agua y mi boca ha dejado de ser fuego. Mis dedos han dejado de ser agujas sobre mi pecho; mejor dicho, su función ha dejado de ser la que era.

Cuando elevas un Castillo en lo alto del Cielo, es porque crees que está cerca de Dios, tal como las catedrales góticas, intentando llegar al paraíso. Cuando te envuelve la resignación, ya no tiemblas, no sientes frío, no sientes calor, no sientes miedo, tristeza, angustia ni odio. No sientes. No gritas. Miras al Cielo. Cuando buscas un precipicio de donde saltar es porque quieres que la tierra te devore, se abra en un latido y te reviente mientras tu caes adentro, en esa fosa pequeña, y se cierre tan lento, que comience tu Infierno desde sentir tu nariz achatándose, hasta oír cómo tus costillas empiezan a romperse, una por una, se clavan en tus pulmones, tu pelvis se hace trizas, tu mandíbula intenta abrirse; un gemido es una súplica con fe; y se quiebra rompiendo cada uno de tus dientes.


Salta sangre, falta aire, y sientes que el Infierno ya se abrió para ti.
La piel es de crema, es como nata cortada con un cuchillo buscando debajo huesos roídos y oxidados, negros, calcinados y podridos por el paso de los años sin sangre, sin agua, sin lágrimas, sin sudor.


No existe más tiempo, no existe espacio entre el Cielo y el Infierno que dé paz, que te dé una oportunidad para elegir. Dios no existe y el Infierno es inevitable, la condena es perpetua y no está en tus manos cuándo comienza la tortura. No está en tus manos elegir el momento. No está en tu voz, el suspiro que te absuelva del dolor, ni en tu boca una lengua que limpie tus heridas, ni en tus manos una caricia que se pose en tu frente, y te jure con sus yemas, mientras baja los párpados, que la Oscuridad no es solitaria, que el Infierno no es perpetuo, que el amor es tan eterno en la Gloria como en las Tinieblas. Que te diga que el Juramento es eterno, que es una condena que cruza tu corazón y, si se quebranta, reventarás en lágrimas y tu boca escupirá sangre de tu corazón roto.No existe más tiempo. No existe la redención. No existe nada más que la existencia, y la existencia no es más que existir... existir... existir... existir... existir...

Caen mis párpados. Es momento del silencio. A veces el silencio habla. A veces... sólo a veces.



Danielle Leonard Frost

jueves, 16 de agosto de 2007

Hacia El Precipicio


Cae como tormenta, como rayo, como humano mutilado por sus sentimientos de lo alto de una cumbre con un precipicio colgante. Es ahí donde el suicidio se hace parte de tu sangre, es ahí donde el dolor es tan fuerte que si tu cabeza explota en una roca, si una estaca atraviesa tu pecho, si una bala entra por tu boca, si un corvo seduce tu abdomen hasta sacar tus entrañas para dejarlas como manjar para los cuervos aún estando tú con vida, es más dulce y noble.
Es donde cae todo, donde caen, primero, las ilusiones, caen los párpados, cae un suspiro, cae el pecho y está en tus manos decidir si caes por completo. No digo que el suicidio es una opción, sólo digo que debemos volar, que cuando las utopías que creamos mirando al Cielo, en señal de grandeza, se han derribado, es desde el Cielo de donde hay que caer, para maldecir tu karma, para blasfemar contra Dios, para romperle el corazón a todas aquellas ánimas que dicen respirar por ti, pero no lo hacen, nunca lo han hecho ni lo harán; y, si hay alguna que así lo hace, tu dolor se apacigua cayendo directo hacia donde se quebrara tu cuerpo y tu sangre se derramará como ofrenda a un amor enfermizo del cual no pudiste hacerte cargo.
No digo que esto sea bueno, no digo que las cosas sean inamobibles, no digo que el destino nos domina. Sólo recuerdo a los pájaros volar, sólo recuerdo melodías jugueteando en mis oídos y manos frías sobre mi sien. No digo que esto sea lo que deba hacer, más digo que sí es lo que hay que hacer para dejar de vivir...

Puedes tomarte de mi mano si quieres
Puedes dejarte caer conmigo
Puedes volver a amarme
Aunque eso signifique enfermarte
Aunque eso signifique que se pudra tu sangre
Puedes presionar mi pecho
Todas las veces que quieras
Puedes hacerlo con ira, amor o desdén
No importa
Cuando una hoja cae del árbol está seca y se hace trizas
No revive, no luce ni se mueve

Si quieres toma mi mano y volemos
Si quieres presiona mis labios y cállame
Si puedes, tómame de nuevo
Úsame
Cógeme y bótame
Como la basura que soy en tus manos

Si puedes dejar de reír
Te digo que este canto es para tí
Intento dibujar el Séptimo
Mi caída...

Pero callas
Ven
Si puedes y si quieres
Soy capaz de tomarte aún
Soy capaz de besarte, de abrazarte, de decirte que te amo
Soy capaz de jurarte que te amaré hasta en el Infierno
Soy capaz de volver a jurarte amor eterno
Todo para que, cuando esté al borde
Y mi pecho baje hasta quedar sin aire
Llegues desde atrás y me digas que también me amas
Llegues y, por piedad, me lo grites al oído
Que por lástima me digas que volverás
Que por altruismo me abraces de la cintura y me tires hacia atrás

Eso anhelo, eso quiero
Y no porque quiera seguir quieto en esta putrefacción que dejaste en mi piel
No porque quiera seguir hundiéndome en tu boca
No porque quiera volver a abrazarte desnuda

No

Ya no quiero nada más de ti
Sólo quiero odiarte
Escupirte en la cara el dolor de tus manos apretando mi corazón
El dolor de tus dientes desgarrando mi pecho
El dolor de mi boca sin tu saliva

Es todo lo que anhelo
Que te abraces a mi espalda y saltemos juntos
Y saber que aún me amas
Que me amaste eternamente
Y que la muerte es el ocaso de nuestra Eternidad

Te amo, lo sabías?

Sí... lo sabes... duele tanto saber que sí lo sabes...






Danielle Leonard Frost

martes, 14 de agosto de 2007

Cae


Continúo buscando amápolas en el horizonte, los hombres sabios me dicen que ahí no están, que en el cielo no las encontraré, sino que en la tierra, donde florecen todas las cosas y donde tus pies descalzos gozan de la juventud y la lozanía.
Busco desesperadamente tratando de hallar opio en los laberintos, en los pisos musgosos, verdes, húmedos y resbaladizos, donde pongo mis pies y caigo una y otra vez, me desplomo tantas veces como las que he sentido ese olor lejano de la droga, la huída...
Corro, la tierra es café es eterna y no hay más vida que la que vi desde los cielos cuando iba a sumergirte en mi pecho, tierras tan puras, limpias y vírgenes, tan indiferentes y tan infinitas; corro y no me encuentro, corro desde el Oeste, esperando que venga un otro que también sea yo corriendo desde el Este para chocar contra su pecho y fundirme, y sentirme completo y llorar y gemir y gritar y maldecir al Cielo y todas aquellas cosas que de mi boca escapan cuando no puedo contener las lágrimas.
Blasfemias, mi boca no se calla y esta vez caigo a un abismo, huele a putrefacción, huele a mi piel mucosa, leche cortada, musgo en mis venas, mi sangre gruesa y mis labios agusanados. Aquí estoy, ven por mí. tras las rejas de una celda intento esperar paciente, la lluvia afuera hace retumbar el piso, el silencio no llega, la agonía no se va, el llanto no explota y parece que mi pecho se va hundiendo cada segundo más, cada momento más, respiro menos aire, trago menos saliva, mi abdomen se levanta un centímetro menos cadas vez y la conciencia empieza a estorbarme, mi mente empieza a estorbarme, mis manos, mis pies y mi cara, suelto un cuchillo sobre mi muñeca, pero no es sangre lo que quiero, tan sólo deseo cortar mis cabellos y quemar uno por uno, enviando señales desde la pequeña ventana que me une al mundo exterior, enviándote mensajes de que aquí estoy, que aquí te aguardo, que es aquí donde la conciencia me consume y mi alma hierve en mis entrañas como duele la cabeza reventada de un feto en un aborto. Así, tal cual, pero al contrario... mis manos se revientan y mi cabeza grandilocuente no entiende más que seguir mirando a la lejana luna que se esconde tras los barrotes.
Imagino prados verdes, atardeceres y tu mano en mi pecho, tu cabello picándome la cara y mi silueta caminando junto a ti en una noche de demencia, cuando los cuervos maullan y los gatos rasgan tus ojos.
Es momento de decir que no puedo, de marchar y seguir corriendo por el Cielo, subiendo y elevándome cada vez más alto. Sí, allá está el Paraíso; sí, lo está, ¿lo ves?
Pero, siempre coloco un freno en mi saliva, puede caer como un hilo, pero no como una cascada, puede caer a gotas, como el dedo que perpetué con un anillo que porta tu esencia y te hace estar bajo mi piel. Mi saliva cae al suelo, mis ojos no ven... te siento. Ausente, lejos, sudor, escalofríos, desgarros en mi garganta que no deja de gritar tu nombre en medio del desierto, esperando que vengas desde el Este con buenas nuevas para mi alma.
Sí... corro por tí, te busco y no te encuentro. Me derrito y me quiebro sin hallar tu saliva derramada en mis pies.
Me quiebro, me desplomo, mi pecho cae, cae, cae...


Danielle Leonard Frost